"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos" | SURda |
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31-10-2010 |
El 17 de octubre de 1945
El desarrollo capitalista de ‘nuestra América” es impulsado y deformado por las fuerzas en expansión del imperialismo en el siglo XIX. Mientras las burguesías nacionales metropolitanas se convierten en imperialistas, las de las colonias, semicolonias y países dependientes se relegan al papel de socias menores. Argentina posee los atributos formales de la soberanía política como Estado independiente, pero las estructuras económicas, sociales y culturales están subordinadas a las metrópolis imperialistas. La crisis del 29 interrumpe el ciclo favorable del modelo agro-exportador y políticamente se expresa en la caída de Yrigoyen (golpe del Gral. Uriburu en 1930), que inicia la irrupción de las Fuerzas Armadas y una sucesión de elecciones fraudulentas. También -como en otros países dependientes- se impulsa la industrialización al aflojarse la presión imperialista, durante las guerras mundiales (1914-1918 y 1939-1945) y la gran crisis (1929-1930). Pero se limita a la industria liviana, destinada al consumo interno en sustitución de importaciones, sin que se expandiera la industria pesada o de bienes de producción. Las pequeñas fábricas y talleres empiezan a bordear a Buenos Aires -llenando el vacío de la provisión de manufacturas y herramientas de los países industriales, principalmente de Inglaterra- los que atraen a miles de familias del interior marginado, el nuevo proletariado de los “cabecitas negras”. La Capital Federal recibe 600.000 inmigrantes (1935-1943), proceso continuado después en Buenos Aires y en los centros urbanos del litoral como Rosario. Ese litoral es rico y europeizado, en tanto que las provincias del norte, las mediterráneas y la Patagonia están en el atraso y la miseria, sufriendo la doble succión de los monopolios foráneos y de las burguesías litoraleñas.
Argentina se encuentra con un proletariado de doble condición: el viejo y minoritario, proveniente de la inmigración, encasillado en ideas europeas, raquíticos sindicatos, formulaciones anarquistas e internacionalistas abstractas, y sus “partidos obreros” de la social-democracia y del stalinismo; y el nuevo, compuesto de descendientes de los criollos y gauchos montoneros, obligados a vivir en las villas miserias, carentes de sindicatos y partidos representativos. Ese proletariado mayoritario de los años 40 pronto se organiza y reclama: hay 440.000 sindicalizados (1941), 530.000 (1945), un millón (1947) y 3 millones (1951). Su entrada en el escenario político se manifiesta el 17 de octubre de 1945.
La presencia de la industria (con la capa burguesa correspondiente) y del nuevo proletariado modifican el escenario dominado por latifundistas, ganaderos, comerciantes y monopolios extranjeros. Pero tampoco la burguesía industrial posee su instrumento partidario. En tales circunstancias el Ejército cumple la función de reemplazarlo. Éste -en un país semicolonial o dependiente- puede desempeñar tareas trascendentes en la resistencia nacional ante el imperialismo. En el caso argentino, el Ejército -más ligado que las otras armas a las tradiciones nacionales, y cuya oficialidad procede de capas medias- asume entonces el nacionalismo popular. Papel digno, posible cuando las Fuerzas Armadas no caen bajo la égida imperialista y se convierten en enemigas de sus pueblos, como en las dictaduras de la Seguridad Nacional. El Ejército inicialmente actúa más por rechazo que por claridad de objetivos. Aunque pronto se destaca el Coronel Juan D. Perón. Desde la Secretaría de Trabajo y Previsión elabora una nueva legislación laboral favorable para los trabajadores y alienta la sindicalización. La mayoritaria CGT lo apoya, mientras Perón acumula poderes en el gobierno, lo que alarma a sus camaradas de armas y hasta a las clases medias, por lo que debe renunciar y es encarcelado en Martín García. La movilización del 17 de octubre de 1945 le devuelve todos los poderes.
La clase obrera ha entrado en escena. Organiza su Partido Laborista (parecido al británico), que llena el vacío de los ‘partidos obreros' aliados en la Unión Democrática a los de la oligarquía. Él es fundamental en el triunfo electoral de 1946, famoso por la consigna “Perón o Braden” (el embajador norteamericano). Sin embargo, Perón disuelve los partidos políticos, crea el Partido Único de la Revolución Nacional, para luego formar el verticalista Partido Peronista. El Laborista trata de mantener su independencia, se manifiesta disconforme con la disolución, pero no se rebela. Sus dirigentes son difamados, detenidos, torturados. Perón expone: “ellos querían ir hacia donde estaban acostumbrados a pensar que debían ir. Yo no les dije que tenían que ir adonde yo iba; me puse delante de ellos e inicié la marcha en dirección hacia donde ellos querían ir; durante el viaje, fui dando la vuelta, y los llevé adonde yo quería”. Y en otro discurso: “ Buscamos suprimir la lucha de clases suplantándola por un acuerdo entre obreros y patronos al amparo de una justicia que emana del Estado.” La ideología burguesa y bonapartista (por encima de las clases, supuestamente) significará a la larga su derrota: el primer paso es la eliminación de ese Partido de Clase.
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